lunes, 21 de noviembre de 2011

La Malibran

LA MALIBRAN.


La familia García Sitjes es, sin duda, la más ilustre de todas las que España ha dedicado al mundo de la ópera. Manuel García, vino al mundo con una prodigiosa voz que empezó a sonar en el coro de la catedral de Sevilla y que tuvo instrucción musical suficiente para convertirse antes de los veinte años en un cantante formidable, amén de apuesto galán. Se casó con una belleza y otra gran voz, la de Joaquina Sitjes.

Juan de Udaeta, responsable de la recuperación de la ópera compuesta por García Sitjes “Don Chisciotte” y director de la misma.

Entre los rasgos comunes de la pareja destacaban la voluntad, la disciplina y una inteligencia tan notable como su carácter. Con esos ingredientes, y la ayuda de la suerte, tenían que dar al mundo tantos hijos como genios de la música. Y lo hicieron. El hijo mayor, Manuel, fue un barítono excelso y uno de los mejores maestros de canto del mundo; la hija pequeña, Paulina, fue una soprano del máximo prestigio además de una de las mujeres más relevantes de la cultura europea en el siglo XIX; pero a todos superó el genio, la gracia y la novela vital, tumultuosa y breve, de la hija segunda, María Felicia, conocida por el nombre artístico de la Malibrán.

En 1805 estalló la Guerra de la Independencia y la familia García Sitjes huyó antes a París y después a Nápoles donde Manuel trabó amistad con Rossini, que le escribió varias obras, entre ellas “El barbero de Sevilla” con la que se consagró. Y allí debutó y triunfó clamorosamente, con sólo cinco años, la Malibrán. Estrenaban “Agnese” de Paër: Manuel, Joaquina y la pequeña María Felicia, en el papel de hija que tercia y arregla una pequeña pelea conyugal. De pronto Joaquina perdió el hilo y la niña, ni corta ni perezosa, se puso a cantar en su lugar. Louise Héritte Viardot, pariente suya, describe su graciosa intervención.

HERITTE VIARDOT:

“Una noche la soprano se sintió mal y tuvo que interrumpir su canto. Inmediatamente la niña siguió el aria y cantó hasta el final el dúo con su padre, lo cual produjo en la sala un entusiasmo delirante. Desde entonces, cada vez que se daba esta ópera, los espectadores insistían para que la pequeña cantase en lugar de la soprano. Así fue hasta que una noche la niña se sintió ronca o cansada. Después de terminado su dúo exclamó en plena escena: “Ho cantato come un cane, non voglio cantar piú” y después, en medio de la hilaridad general, salió huyendo a todo correr. María tenía cinco años y todo un carácter.”

Pero la niña no tuvo tiempo ni ocasión de envanecerse porque su padre era un maestro durísimo que instruía a puntapiés a sus dotadísimas criaturas. En 1815, después de Waterloo, llegó la guerra hasta Nápoles y se desató una horrible peste. Los García, con los niños a cuestas, consiguieron huir atravesando las trincheras sanitarias y llegaron a París. Decidieron poner a su hija a salvo de las contingencias y la metieron interna en Hammersmith, un colegio-convento cercano a Londres. De allí salió a los dieciséis años, hermosísima y con cinco idiomas regularmente aprendidos.

María volvió a la dura férula paterna y debutó como suplente de la suplente en “El barbero de Sevilla” en 1825. Tenía sólo diecisiete años y después de Londres tomó París. Los poetas cantaron su belleza española, los críticos alabaron su prodigiosa voz y el público se rindió ante aquella fuerza de la naturaleza. En el “Athenaeum”, Chorley, uno de los críticos ingleses de mayor prestigio, afirma:

CHORLEY:

“Desde su aparición en escena es evidente que ha nacido una nueva artista, tan original como extraordinaria. Artista no sólo dotada físicamente sino también de un talento rápido, imaginativo, enérgico, para la cual no cuentan los obstáculos, capaz de conciliar las mayores contradicciones”.

Pero la buena racha no duró, porque el amor llamaba a las puertas de Felicia, y con tanta insistencia que al final le dejó entrar. De la noche a la mañana se casó con un presunto banquero llamado Malibrán, antes que el padre –del que realmente huía la novia- pudiera oponer resistencia. Sin embargo, el marido era un estafador que, al poco de cumplir un año de casados, de obligarla por celos a retirarse de los teatros y de forzarla a recorrer México pagando deudas, acabó en la cárcel. Lo único que aportó a la unión fue su apellido, con el que se conoció a María Felicia desde su vuelta, tras abandonar por imposible al marido fugaz.

MALIBRAN:

“No hay nada que hacer, cada vez que entro en escena, tiemblo; una viva emoción, un terror indecible se apoderan de mi. Mi padre me ha hecho un retrato tan horrible de mi nueva carrera, que nunca estoy segura de mi misma. Las cimas del arte son tan escarpadas, y el público es un maestro tan exigente y tan difícil, que para conservar su sufragio, hay que mejorar sin cesar; si no se avanza se retrocede.”

Volvió a triunfar y a ganar dinero tan pronto, todavía en el umbral de los veinte años, que el marido se negó a concederle el divorcio. Entonces le salió a María Felicia un protector de leyenda: nada menos que el marqués de Lafayette, héroe de la independencia norteamericana, que se enamoró de la cantante. No sabemos si ella le correspondió o sólo le agradeció su caballeroso comportamiento con un célebre saludo militar desde el escenario, pero Lafayette consiguió no sólo la anulación del matrimonio civil por un truco legal sino también la del eclesiástico.

Desde 1830, La Malibrán fue la reina de los escenarios de Europa. El único escollo fue Milán, donde la famosísima Pasta, que había triunfado con “Norma”, vio cómo la española pedía interpretar su obra favorita y, en su presencia, le robaba el favor del público. Pasta asistió a la primera sesión para ponerla nerviosa. No lo consiguió y en la segunda, ya sin ella, el público tiró de su coche por las calles en lugar de los caballos. Además, la Malibrán tomó partido por el liberalismo revolucionario italiano y se convirtió en un símbolo de la resistencia contra Austria, como demuestra en esta carta escrita a su amigo el barón de Trémont.

MALIBRAN

“¡Estoy contenta, orgullosa, gloriosa, vanidosa hasta no va más de pertenecer a los franceses! No pasa un día en que yo, mujer, no sienta muchísimo no haber perdido un ojo o una pierna en la lucha de esta causa de la edad de oro! ¿No es acaso la edad de oro luchar por su libertad y rechazar al mismo tiempo hasta la apariencia de una usurpación sobre los demás pueblos? ¡Le aseguro que pensando en París mi alma se eleva! ¿Cree que los soldados armados con fusiles me hubieran impedido gritar: “¡Viva la libertad! “? Me dicen que no está todo tranquilo todavía en Francia. Escríbamelo; iré. Quiero compartir la suerte de mis hermanos. La caridad bien ordenada, se dice empieza por uno mismo. Pues bien, los demás son mi “uno mismo”. ¡Viva Francia!

De 1832 a 1836 vivió en una nube. Se enamoró de un violinista belga llamado Bériot. Con él se fue a vivir y le dio un hijo, para gran disgusto de doña Joaquina y don Manuel, que dejó este mundo con su mal humor habitual. A los pocos años la Malibrán se convierte en madame Bériot. Pero en vísperas de una actuación y embarazada de pocas semanas, cae del caballo, que la arrastra golpeando la cabeza contra el suelo. Después del accidente sólo se confía con su hermana Pauline, haciéndole una revelación trascendental.

MALIBRAN

“Me siento mal, muy mal desde entonces. Noto que tengo un coágulo en la cabeza y sé que no me recuperaré”.


Sin embargo, pareció restablecerse y siguió cumpliendo compromisos, pese a desvanecimientos cada vez más frecuentes. El 14 de septiembre actúa en Manchester y en las repeticiones, tras una portentosa actuación, cae fulminada en el escenario. Sobrevivió sólo nueve días. Al morir, tenía veintiocho años y era la cantante más famosa del mundo.

LAMARTINE:

“La belleza de la señora Malibrán existía por si misma, sin tener necesidad de formas, de contornos, de colores para revelarse. Era la belleza metafísica que no toma de la materia más que justo la suficiente forma para ser perceptible por los ojos de aquí abajo. Su cuerpo no la vestía, la cubría apenas. Uno se sentía en presencia de un ser en el que el fuego sagrado del arte había devorado el tejido. Este fuego del entusiasmo era tan ardiente y tan puro en ella, que a cada instante se creía ver este envoltorio consumido caer convertido en una pizca de ceniza y caber en una urna o en una mano”.

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1 comentarios: Bach24111 dijo... lA MALIBRAN BUEN ARTÍCULO 21 de noviembre de 2011 03:12

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